Supongo que está bien dedicarle a esto una entrada.
El albergue no hubiera sido nada del otro mundo si no hubiera sido porque allí estaba él. El mejor casero del mundo: Anton.
No empezamos con muy buen pie, pues quedamos en ir a un tour que organizó para nosotras y para unas turcas, y nosotras no aparecimos, pues no pensamos que fuese un cita oficial, sino algo a lo que podíamos apuntarnos si llegábamos a tiempo. Aún así, Anton solo nos dio un toque, y un rato después se encargó de que conociesemos a los holandeses que estaban allí.
Me hizo jugar al ajedrez (bueno, vamos a ver, a mi me gusta aunque no sepa, todo hay que decirlo) y allí acabé, jugando al ajedrez con dos desconocidos y con una comunicación muy limitada. Eran dos holandeses, uno zurdo, otro que había estado en Montpellier. Gracias a un acertado comentario afirmando que yo cuidaría de mis mosis y de los holandeses, Anton me cogió especial cariño.
Al día siguiente Anton nos invitó a todos a cenar. Esta vez había gente nueva, un par de belgas y cuatro americanas.
Tuvimos una noche de película americana, sin duda. Y todo gracias a Anton.
Amable hasta el último momento. Adorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario